[COMOSOC] Colombia no es Porto Alegre
COMOSOC Secretario Técnico
comosoc_director en riseup.net
Dom Sep 26 18:16:39 UTC 2010
COMOSOC: COALICION DE MOVIMIENTOS Y ORGANIZACIONES SOCIALES DE COLOMBIA
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Compañeras y compañeros,
Un saludo de fraternidad, solidaridad y llamado a la articulación y
unidad popular, les presentamos desde COMOSOC.
Por considerarlo un material que aporta elementos valiosos de análisis
sobre lo acontece actualmente en Colombia, reenviamos el siguiente texto
elaborado por dos personas conocedoras de las realidad colombiana y
comprometidas con los procesos de transformación de la misma, a partir
de la entrevista del diario El Espectador, al portugues Boaventura de
Soussa Santos, la cual en su momento difundimos (septiembre 9), pues es
necesario conocerla, para ampliar la comprensión sobre la realidad
El texto, confronta las aseveraciones de Boaventura de Soussa, y en ese
sentido es un aporte valioso al debate crítico sobre la realidad
colombiana y latinoamericana y también sobre las versiones que sobre la
realidad, sistemáticamente elabora el establecimiento, y a través de
sofisticadas herramientas propagandísticas -como los MMC- las van
convirtiendo en verdades oficiales, legítimas.
Atentamente,
COMOSOC
Carrera 25 No. 27A -- 37, Bogotá D. C. - Colombia, Suramérica
Correo electrónico: comosoc_director en riseup.net
Visite nuestra página web: www.comosoc.org.co
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Colombia no es Porto Alegre
*José Antonio Gutiérrez D.*
*Renán Vega Cantor*
A comienzos de septiembre, estuvo de gira por Colombia Boaventura de
Sousa Santos, ideólogo socialdemócrata, que posa de fundador del Foro
Social Mundial. Como si fuera la re-encarnación de la Madre Teresa, El
Espectador, aparte de dedicarle unas cuantas alabanzas, aprovechó la
ocasión de entrevistarlo. Hay que destacar que el objeto de la
entrevista, desde el mismo título con la cual fue publicado ("Las Farc
son un
anacronismo"http://www.elespectador.com/impreso/internacional/articuloimpreso-223151-farc-son-un-anacronismo
) no fue un debate en torno a las ideas de Sousa Santos, sino que la
idea era utilizarlo como "tonto útil" para dar respaldo, desde la
"izquierda racional", al proyecto de Santos y, de paso, para atacar a la
"izquierda irracional", es decir, a toda aquella que, con armas o sin
ellas, aún busca la transformación radical de una sociedad que día tras
días se vuelve más injusta y opresiva. Su visita, puede ser inscrita en
el marco de legitimar, desde un discurso ideológico "progre", al
visceral oportunismo de quienes, desde la supuesta izquierda, se meterán
en la ancha cama de la "unidad nacional".
Creemos que muchas de las opiniones vertidas en ella merecen una
réplica, quizás no tanto por el valor de la entrevista en sí misma, la
cual es pobre y en realidad no agrega nada diferente a lo que la
socialdemocracia viene diciendo hace un siglo, fiel a su rol de aparato
ideológico de la burguesía para el encuadramiento de la clase
trabajadora. Estas opiniones merecen réplica porque fueron recogidas por
organizaciones populares que buscan, al parecer, la transformación
radical de la sociedad y no un mero acomodo al /status quo/.
*La naturaleza del Estado colombiano*
Vivimos un momento en el cual el sistema neoliberal en armas, fundado
por esa mescolanza de traquetos, paracos, especuladores y
terratenientes, busca estabilizarse tras la arremetida uribista y saca a
relucir su cara "respetable" en la figura de Santos. Este quizás no diga
en público "le parto la cara marica", pero sus métodos no son diferentes
a las del traqueto paisa, como pudimos comprobarlo en su paso por el
Ministerio de Defensa, cuando alrededor de tres mil jóvenes fueron
secuestrados y asesinados a sangre fría por ese afán de mostrar
"resultados" en la lucha contrainsurgente. Uno de los aspectos
fundamentales de la pretendida estabilización santista apunta a que
Colombia abandone su estátus de paria en la comunidad de naciones
latinoamericanas y que se destraben los acuerdos comerciales que, sea
con EEUU, Canadá o la UE, se han visto empantanados por las denuncias de
organizaciones de derechos humanos.
En ese contexto, debemos entender los intentos de Santos, que es un mero
continuador de una política neoliberal que ha recurrido sistemáticamente
al terrorismo de Estado, por establecer una política de "unidad
nacional" --cuando luego de un cuarto de siglo de terror generalizado,
las organizaciones sociales han sido prácticamente exterminadas, sus
mejores dirigentes asesinados o exiliados, los proyectos de izquierda
han sido doblegados por el terror y no existe ya la amenaza inminente a
los intereses de la oligarquía dorada que representa su gobierno.
Para la estrategia de estabilización de los "logros" del neoliberalismo
en armas es fundamental la cooptación de la dirigencia de organizaciones
sociales, cada vez más burocratizadas, oenegizadas y aisladas de sus
bases sociales. Creemos que será un objetivo primordial de este gobierno
la cooptación de dos sectores emblemáticos en la denuncia de las
abominaciones del régimen fascistizado que se ha impuesto en Colombia
--los indígenas y los sindicalistas. La gira de la CGT a la OIT para
pedir que se excluya a Colombia de la lista de los países que violan
sistemáticamente los derechos humanos, aún cuando en ese país se
acribilló durante el 2009 a más del 60% de los sindicalistas que fueron
asesinados en todo el mundo, es una prueba de ello. También es una buena
prueba el significado de la inauguración de Santos ni más ni menos que
con una ceremonia indígena en la Sierra Nevada de Santa Marta, lugar
pletórico de simbolismo: primero que nada, porque es el lugar donde se
consolidó tempranamente ese modelo de capitalismo mafioso, que combina a
narcos, terratenientes y paracos. Y segundo, porque es el lugar donde se
logró de manera más exitosa combinar la paz de los cementerios con la
postración de la dirigencia indígena cooptada a punta de prebendas y
amenazas. Huelga aclarar que el silencio de la Organización Nacional
Indígena de Colombia (ONIC) ante esta pantomima habla por sí solo
(particularmente si se le compara con su estridencia ante la ingerencia
de otros "actores" en las comunidades).
En esencia lo que busca el santismo es la completa legitimación del
capitalismo traqueto a la colombiana, completando el proceso iniciado
por Uribe, en el que se legalizaron los negocios antes considerados
ilegales y se presentó en sociedad, por así decirlo, a narcos, traquetos
y paramilitares como "hombres de bien" y salvadores del capitalismo
colombiano, porque enfrentaron a la insurgencia y masacraron a miles de
colombianos humildes, en campos y ciudades, como forma de quitarle "agua
al pez", como reza la consabida máxima contrainsurgente made in USA y
llevada a extremos de sadismo por la oligarquía colombiana. En esta
búsqueda de legitimación y olvido absoluto de los crímenes de lesa
humanidad cometidos por las clases dominantes y el Estado en Colombia,
la cooptación de sindicalistas y sectores indígenas resulta de vital
importancia para el régimen santista.
Todos estos aspectos han sido vitales a la hora de preparar el presente
documento. No nos interesa la polémica estéril, sino hacer un poco de
claridad en momentos en que importantes sectores sociales, arrastrados
sin lugar a dudas por los propios errores políticos de la izquierda, se
encuentran mareados con este nuevo espejismo de "unidad nacional",
olvidándose que en Colombia no existe un Estado de derecho, ni siquiera
en el sentido más limitado del liberalismo clásico.
*De Sousa Santos y el Estado colombiano*
Las opiniones expresadas por Sousa Santos en la entrevista dejan
entrever o el desconocimiento de la realidad colombiana o una pobreza
analítica impresionante, que sorprende en alguien que se pavonea de sus
estudios en Universidades de abolengo en Portugal, los Estados Unidos e
Inglaterra. Ante el panorama de las últimas dos décadas, aparte de
repetir la perogrullada de que la violencia ha empeorado en Colombia
(algo que cualquiera sabe con tan sólo salir a la esquina), señala:
/ /
/"Lo más notable ha sido la jurisprudencia de la Corte Constitucional,
que se transformó en un ejemplo para otras cortes constitucionales de
Latinoamérica y que de alguna manera ha sido un agente activo de la
reforma del Estado, como le hemos visto en varios fallos decisivos."/
No entendemos en qué momento la Corte Constitucional se ha convertido en
un agente activo de la reforma del Estado colombiano (dicho sea de paso,
la entrevista está repleta de afirmaciones sin sustento como esta).
¿Cuál reforma? ¿Fue reforma votar contra la re-re-elección de un
presidente ya re-elegido mediante el fraude y la compra de
parlamentarios, cuya nueva re-elección no era solamente a todas luces
inconstitucional sino que además la tramitación de ésta estaba viciada
desde sus mismos orígenes? ¿Fue reforma votar la inconstitucionalidad de
las bases militares, cuando este trámite tampoco había respetado las
normativas básicas existentes en la Constitución? No nos queda claro
dónde está el rol reformador activo que de Sousa Santos atribuye a la
Corte Constitucional. Mas bien, resulta típico de la socialdemocracia
confundir lo formal con las cuestiones de fondo, cuando precisamente la
no aprobación del acuerdo de las bases militares no se hizo por aspectos
sustanciales (atinentes, por ejemplo, al abandono de la idea de
soberanía nacional) sino por simples aspectos de procedimiento.
Aún cuando estos fallos hayan podido representar un revés en contra de
los anhelos de Uribe, en ningún momento representan una reforma contra
el proyecto social de fondo que sustentan Uribe y Santos. Mucho menos,
analiza las contradicciones inter-burguesas y entre los aparatos del
Estado, que han llevado a que se tomen esta clase de decisiones. Es más,
estas contradicciones entre los aparatos del Estado lumpenburgués, se
extrapolan hasta convertirse, sin ningún asidero, en prueba de la
independencia de esta Corte, onlvidándose que la misma avaló en primera
instancia la ilegítima re-elección de Uribe y aplaudió en más de una
ocasión sus trampas. Con tales antecedentes, resulta hasta cómico pensar
que tal Corte sea un ejemplo para otras Cortes Constitucionales en
América Latina...
Para finalizar esta idea, Sousa Santos plantea que el cambio que
necesita hacer Colombia, después de dos décadas de empeoramiento
sostenido de todos los índices sociales, es contar con: "/una justicia
ordinaria más eficaz, eficiente, rápida, accesible al pueblo,
independiente, sensible al carácter intercultural de Colombia/".
Nuevamente, tenemos la confusión de forma y fondo, de causa y efecto. La
justicia existente en Colombia refleja, sencillamente, las hipertrofias
de la estructura social colombiana: de hecho, el caso del estudiante
Nicolás Castro, arrestado con celeridad por haber hecho una amenaza en
facebook, de manera absolutamente inocua, en contra de uno de los hijos
de Uribe, demuestra que la justicia colombiana sí funciona cuando
quiere. Porque contrasta la eficacia de la Dijín en este caso, con la
rampante impunidad existente ante los asesinatos de gente humilde, de
militantes sociales y de izquierda, ante la mal llamada limpieza social
y ante las múltiples amenazas proferidas en contra de los personajes
públicos de oposición.
La inoperancia de la justicia colombiana no debe buscarse en el plano
netamente jurídico, sino en otras causas. Pero, obviamente, la
comprensión de la naturaleza del Estado o de la lucha de clases, son
categorías vedadas para la socialdemocracia. Entonces, lo que nos queda
es reforzar la ilusión de un Estado al márgen de las contradicciones de
clase, al margen de los intereses de grupo, más allá de guerrillas y
paramilitares, más allá de los "violentos", más allá del bien y el mal.
Precisamente este es el mismo discurso que levanta el uribismo-santismo,
que contrasta con el hecho de que los dos últimos gobiernos están
profundamente arraigados en la cruda realidad de la violencia
paramilitar, que no alcanzaba tal nivel desde los tiempos del laureanismo.
*De Sousa Santos y Santos*
* *
Es esta miopía política la que está tras las falsas ilusiones de la
socialdemocracia internacional cuando examinan el cambio de gobierno a
la colombiana. Así, para esta gente, el que se quite del gobierno a un
personaje con un estilo neanderthal como Uribe, y se ascienda a un
gomelo clásico de esos estirados, estilo Santos, representa un cambio
político "fundamental"... aún cuando las fuerzas sociales y políticas
que los sustenten (para no mencionar el programa de gobierno) sean, en
lo fundamental, idénticos. Santos, entonces, se convierte en expresión
de una derecha "inteligente", que sería un complemento de la
"inteligencia superior" de Uribe. ¡Cómo si el problema social de
Colombia se redujera a la inteligencia o no de sus presidentes!
La caracterización que de Sousa Santos hace del gobierno de su tocayo,
Juan Manuel Santos, es asombrosa:
/ /
/"Llevo años acompañando a Colombia y veo cosas que no esperaba. Hay
algunas propuestas de justicia social estructural, sobre todo en
términos de la cuestión de la tierra, el agua, los desplazados, las
regalías y las indemnizaciones a las víctimas, que me parecen nuevas.
Hay un intento de reconciliación nacional que está tratando de abrirse a
otras formas políticas para evitar la agresividad del uribismo. El nuevo
presidente ---rápidamente ha aprendido con Barack Obama--- ha dado
señales que quizá los partidos políticos de oposición no están
entendiendo"./
Acá hay mucho para decir, pues resulta obvio que, o no estamos
analizando el mismo país, o que las categorías que estamos utilizando
son conceptualmente antagónicas. Pero es necesario ir por partes:
*a. ¿Justicia social estructural?*
¿Dónde están las propuestas de justicia social estructural del gobierno
de Santos? ¿Por fortuna ha hablado Santos de una nueva redistribución
del ingreso nacional? ¿De una reforma profunda para extender los
servicios públicos y, de paso, de aumentar el gasto en ellos? ¿Ha
mencionado, siquiera, una necesaria y eternamente postergada reforma
agraria?
Si por justicia social */estructural,/* el Sr. de Sousa Santos se
refiere a la propuesta de devolver una determinada cantidad de tierra a
los desplazados en un cierto lapso de tiempo (que no es más que una
promesa que comenzó mal, con el asesinato de un dirigente campesino en
el Urabá por reclamar que se hiciera realidad), estamos entendiendo
cosas muy diferentes al hablar de la tal justicia social estructural.
Acá estamos ante una medida de reparación elemental, que tampoco está
claro hasta donde puede llegar, y que no soluciona el problema histórico
de la tierra en Colombia (hoy en día, el 0,4% de los propietarios
concentran más del 60% de la tierra; y si vemos con aún mayor detalle,
3.000 terratenientes controlan el 53% de la tierra; por el contrario,
46% de los propietarios pobres deben contentarse con apenas un 3,2% de
la tierra --según cifras del DANE).
Obviamente, ya no se habla de reforma agraria, y la sola mención de este
término es prueba indudable, para el bloque en el poder, de intenciones
"terroristas". La antirreforma agraria impulsada por la oligarquía y el
paramilitarismo, que se encuentra en los orígenes mismos del conflicto
social y armado colombiano en la década de 1940, pero acrecentado desde
el surgimiento del paramilitarismo moderno a mediados de la década de
1980, ha modificado definitivamente el panorama rural en beneficio de
dos grandes actores: la agroindustria exportadora y los gamonales. La
restitución de tierras a ciertos desplazados, en medio de un clima de
amenazas y violencia, no revierte este proceso, el cual se refuerza con
la política agraria global del gobierno de Santos que privilegia, como
es fácil de prever, la agroindustria exportadora y la concentración de
tierras.
(Para más detalles sobre la política agraria de Santos, puede
consultarse
http://www.redcolombia.org/index.php?option=com_content&task=view&id=1075&Itemid=99
<http://www.redcolombia.org/index.php?option=com_content&task=view&id=1075&Itemid=99>
).
Sobre el tema del agua, basta recordar que existe una propuesta para
convertir el derecho al agua en un derecho constitucional, que debería
haberse llevado a referéndum hace dos años. Esta propuesta fue hundida
mediante trampas inconstitucionales por el gobierno de Uribe, del cual,
no está de más recordar, Santos era brazo derecho, porque ni tenían
interés en revertir la privatización del servicio de agua potable, ni
tampoco en desviar la atención del referéndum re-eleccionista, que era
lo único que les importaba. Sería muy sencillo tramitar nuevamente esa
propuesta, que cuenta con las firmas requeridas y cumple con todos los
requisitos formales de tipo legal. ¿Por qué Santos no lo hace?
De víctimas, mejor ni hablar, porque aparte de las promesas de devolver
cierta cantidad de tierra a algunos campesinos, el régimen santista no
se ha pronunciado a fondo sobre el asunto.
*b. ¿Cuál es el intento de reconciliación nacional?*
Lo que hay es un intento de formar un bloque de "unidad nacional", que
no es la reedición del frente nacional, sino de una especie de
unipartidismo amorfo, de mil cabezas, para generar apariencias
democráticas, en torno al cual se busca consenso social para legitimar
las políticas implementadas a sangre y fuego durante décadas. Es una
fase de consolidación del régimen paramilitar, no su superación. Con más
de dos millones de informantes, 450.000 uniformados y alrededor de
20.000 paramilitares en armas, es innecesario para el sistema mostrar
"agresividad verbal". Su agresividad se expresa en los hechos, no en la
bravuconería propia de un terrateniente como Uribe. Cambia la forma,
pero no la esencia paramilitar.
Este mensaje conciliador, según de Sousa Santos, no lo están entendiendo
"ciertos partidos de oposición" (en realidad sólo hay un partido de
oposición, el Polo Democrático Alternativo, que reúne a los
sobrevivientes de casi todos los partidos de izquierda legales que han
existido en Colombia recientemente). Acá se aprecia claramente que la
intencionalidad de esta visita (y de la propaganda que recibió a su
favor en periódicos como El Espectador, el cual, aunque ha expresado
ciertas reservas ante los "excesos" del uribismo, y permite escribir a
ciertos columnistas de izquierda, es, en su línea editorial y en el
trato de la información noticiosa, un medio abiertamente favorable al
régimen), no es otra que la de reforzar la línea de Gustavo Petro y de
Lucho Garzón, que serán unas de las vías de legitimidad para este
consenso en torno a un régimen mafioso y criminal. La cooptación y el
oportunismo más venal reciben así un barniz ideológico "progre" desde el
cual darse respetabilidad.
Si de Sousa Santos fue capaz de llorar de emoción con el triunfo de
Obama, como reconoce él mismo en la entrevista, ¿por qué extrañarse que
también se haga ilusiones con Santos? Es propio de la socialdemocracia,
ante su incapacidad de perfilar una alternativa popular, esperar que la
burguesía le haga las tareas. Pero no creemos que de Sousa Santos sea
tan ingenuo como para hacerse falsas ilusiones. Lo suyo es peor, es una
política de colaboracionismo clásico.
*¿Es el Estado colombiano una mansa paloma en medio del conflicto? *
De Sousa Santos no puede, por supuesto, pasar por alto el conflicto
colombiano, pero su trato es superficial, equívoco y con un prisma de
derecha. Al referirse a la política del gobierno de Santos, dice:
/"Es una oportunidad de crear un marco de conciliación lejos de la
fórmula de eliminar a los anacronismos violentos de los paramilitares y
las guerrillas de una manera directa y represiva, sino a través de
transformaciones sociales, de la distribución de las regalías, donde
puedes ir minando las fuentes de renta de estos grupos. Es muy
inteligente y quizá sea posible."/
Cuando de Sousa Santos menciona que el gobierno está tratando de
eliminar los "anacronismos violentos de paramilitares y guerrillas", da
cuenta de cómo la socialdemocracia se da la mano con Uribe y con sus
ideólogos, como José Obdulio Gaviria, en un punto fundamental: en
mostrar al Estado colombiano como un agente neutral del conflicto, como
la encarnación del interés general, más allá del bien y del mal, por
encima de los "violentos". Esto es un punto que no es secundario, porque
el Estado no es solamente un sencillo agente más de la violencia en
Colombia, sino que es el actor fundamental del conflicto, porque su
violencia "ilegitima", en cuanto respuesta privilegiada e histórica a
los anhelos populares de reforma social, está en los gérmenes del
conflicto colombiano y porque, además, el paramilitarismo ha sido uno de
los tentáculos del Estado. No creemos que a estas alturas sea necesario
insistir en un hecho comprobado hasta la sociedad: los crímenes del
paramilitarismo son crímenes de Estado. El Estado colombiano es un
*/Estado terrorista./* Ignorar esta realidad, equivale a ignorar la
historia colombiana de los últimos 60 años, o es un acto de mala fe que
busca deliberadamente confundir a la opinión pública, para limpiar la
imagen de un sistema estructuralmente criminal.
Además, después de los últimos acontecimientos de bombardeos criminales
e indiscriminados, que han masacrado a lideres de la insurgencia, en una
forma por demás cobarde y con la sevicia típica de los chacales de la
muerte de la oligarquía colombiana, resulta de un cinismo aterrador
decir, como lo afirma de Sousa Santos, que el gobierno de Juan Manuel no
está usando métodos "directos y represivos". Los hechos muy rápidamente
se han encargado de enterrar estas vanas ilusiones de ciertos
intelectuales despistados o mal informados, que vienen de tiempo en
tiempo a tratar de convencernos, desde sus torres de marfil en hoteles
de cinco estrellas, que la oligarquía colombiana se comporta de manera
ejemplar y que hace su guerra de manera muy "humanista".
Llama la atención que la postura socialdemócrata del académico de Sousa
Santos coincida con la de ideólogos de la extrema derecha, como Eduardo
Pizarro y de la mayor parte de los miembros de las comisiones oficiales
de Justicia y Paz, que sostienen, sin vergüenza alguna, que Colombia es
una "democracia" asediada por los violentos, o peor aún, que la
violencia colombiana se ha producido por la debilidad o la ausencia del
Estado. Como si la existencia del paramilitarismo en vastas regiones del
país no fuera, efectivamente, un acto que evidencia la presencia del Estado.
Sobre la estrategia de guerra, el gobierno de Santos no ha variado en
absoluto con respecto al de Uribe. De hecho, Uribe jamás renunció a la
posibilidad del diálogo, solamente que lo limitó a la rendición de la
insurgencia. Santos hace exactamente lo mismo. Pedir condiciones
imposibles, como finalizar con las acciones "terroristas" (es decir,
cesar los actos de guerra mientras el Estado arremete con bombardeos
indiscriminados), es una condición que convierte a la retórica del
diálogo en una mera utopía. Santos ha sido claro en su mensaje a las
fuerzas armadas: "arreciar, arreciar, arreciar". Más aún, ha manifestado
que profundizará la "seguridad democrática", es decir, la estrategia
política diseñada en torno al Plan Colombia. La división forzosa que
hace de Sousa Santos entre represión física o violencia directa, y lo
que llama "/ir minando las fuentes de renta de estos grupos/" (ie,
guerrilleros y paramilitares), es una muestra más de la ignorancia
absoluta que tiene ante la política de guerra del Estado colombiano de
las últimas décadas. Por lo demás, esta división artificial reproduce de
manera burda la versión derechista del Banco Mundial sobre los
conflictos armados en el mundo actual, desvinculados de cualquier
motivación política, social e ideológica, para ser convertidos en
guerras que sólo se hacen por el manejo de alguna renta económica.
Toda estrategia de guerra, particularmente si se trata de un conflicto
interno, requiere del manejo de dos elementos: garrote y zanahoria.
Siempre la estrategia militar del uribismo, así como de los gobernantes
que lo precedieron, estuvo acompañada de estrategias sociales
complementarias del aspecto bélico. Lo que en Irak o Afgansitán llaman
ganarse los corazones del pueblo, acá se conoce como "programas de
consolidación". La guerra económica ha sido también una parte
fundamental de la guerra en contra de la insurgencia, y de ahí viene el
interés de un Estado profundamente implicado en el narcotráfico, en
erradicar "ciertos" cultivos de coca (curiosamente, en las zonas donde
la insurgencia cobra gramaje).
Por último, una observación sobre la naturaleza de la violencia
política, la cual, para de Sousa Santos es "anacrónica". La violencia
política está de "moda" en el mundo: basta con observar la exacerbación
de toda clase de conflictos en Oriente Medio gracias a la profundización
de la estrategia imperialista de los Estados Unidos para darse cuenta de
ello --pero claro, no esperamos que un intelectual tan "sesudo" como de
Sousa Santos se ocupe de las noticias matutinas. Lo que si es anacrónico
es que en Colombia todavía se combata por una reforma agraria y que,
medio siglo después, la oligarquía no tenga voluntad política para
abordar honestamente el tema. El problema no es, y nunca ha sido, si la
guerrilla deja o no las armas. El problema fundamental es cuando la
oligarquía va a abandonar la guerra sucia y cuando se dispondrá a
aceptar reformas elementales (como la repartición democrática de la
tierra) que, en casi todo el resto del continente, se han ido
implementado durante el último medio siglo; reformas, hay que insistir,
que no fueron gratuitas sino que se conquistaron con lucha, y en muchos
casos, con violencia política.
*La naturaleza de la lumpenburguesía colombiana y latinoamericana*
Pero de Sousa Santos no solamente "desconoce" la realidad colombiana (o
mejor dicho, pretende desconocerla). Además, "desconoce" la realidad
latinoamericana y la experiencia histórica del pueblo latinoamericano y
eso lo lleva a sostener ingenua o cándidamente, la posibilidad de una
transición armoniosa al socialismo, sin conflicto. Ante la pregunta, de
si acaso/ //le preocupa que el proceso de reformas genere// //reacciones
violentas, como sucedió en Chile, responde, sencillamente: //"No hay
muchas condiciones para esto. Usted puede tener razón a la luz de la
historia. Pero la historia no se repite. Además, todos estos cambios son
promovidos dentro de un marco democrático y de negociación"./
Lo primero que llama la atención, es que tácitamente, al plantear la
experiencia de Allende en oposición a los procesos de reformas actuales,
está afirmando que el caso de la Unidad Popular no ocurrió ni en un
marco democrático ni en un marco de negociaciones. Esto no solamente es
desconocimiento histórico (particularmente grave, dado que como
socialdemócrata debería conocer al dedillo esa experiencia que sienta la
base de los procesos de las reforma actuales) sino que es de mala fe,
porque le hace el juego a los gorilas y al corillo de los
neoconservadores que aún hoy siguen diciendo que Allende era un
"dictador populista".
Lo segundo es el fetichismo legalista, propio de quien desconoce la
naturaleza de la lumpenburguesía latinoamericana (de la cual la
colombiana es tan sólo su versión más extrema), que históricamente ha
demostrado que no cederá de ninguna manera a las buenas, y que intentará
por todos los medios mantener intactos sus privilegios. Una política que
ignore esto no tiene la menor posibilidad de enfrentar con éxito las
transformaciones sociales que se requieren. Es necesario despejar las
ilusiones reformistas y leguleyas y hablar un lenguaje claro y directo:
sin movilización popular, y sin confrontar directamente al bloque en el
poder, no daremos un solo paso adelante.
Esto de Sousa Santos lo sabe, pero opta por sembrar ilusiones. De hecho,
su inconsistencia se evidencia cuando sostiene: "/Lo que estamos
pensando es que va a haber una reacción antidemocrática del capital
global, ansioso por controlar los recursos naturales. Reacción que puede
ser violenta./" ¿Y qué es lo que propone? Confiar en la buena fe de
esos mismos actores que él describe como antidemocráticos y que pueden
llegar a ser violentos.
Sembrar hoy falsas ilusiones ante la profundización de las agresiones
imperialistas es un acto francamente irresponsable. No preparar a la
gente, ni siquiera en el plano ideológico, para movilizarse en defensa
de sus derechos y de lo poco que se ha conquistado en más de una década
de luchas (desde que reactivaron sus protestas los indígenas, cocaleros
y las comunidades más marginalizadas de nuestro continente) es una
acción desmovilizadora. Pero la socialdemocracia, como siempre, se
entera tarde de lo que está sucediendo en el escenario político y por
eso siempre asume el rol de administrar la crisis. Hoy no es el momento
de conciliar, sino de profundizar la contradicción entre el ínfimo
bloque en el poder y las masas populares que, como cada vez está más
claro, ya no tienen nada que perder. Es el momento de reforzar la
resistencia y la lucha de los pueblos por sus derechos, no de frenarla.
Y son ellos quienes tendrán la última palabra, no los intelectuales
socialdemócratas convertidos en apologistas de última hora de regímenes
criminales como los de Barak Obama en Estados Unidos y Juan Manuel
Santos en Colombia.
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