[COMOSOC] Todo lo sólido se desvanece en la calle

7apapeletasalud 7apapeletasalud en riseup.net
Mie Feb 16 09:36:07 UTC 2011


Compañeras y compañeros

Un fraterno saludo desde COMOSOC. A continuación les compartimos un 
texto de Raúl Zibechi, quien aporta una mirada sobre los 
acontencimientos en el mundo árabe, diferente a la mostrada por los 
medios masivos, y a la vez desafiante: "/Si los de arriba no pueden 
convivir con la calle y las plazas ocupadas, los de abajo -que hemos 
aprendido a derribar faraones- no aprendimos aún cómo trabar los flujos, 
los movimientos del capital/".

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*Todo lo sólido se desvanece en la calle*
Raúl Zibech, 
<http://www.rebelion.org/mostrar.php?tipo=5&id=Ra%C3%BAl%20Zibechi&inicio=0>Alai-amlatina 
<http://alainet.org>

Las revueltas del hambre que sacuden al mundo árabe pueden ser apenas 
las primeras oleadas del gran tsunami social que se está engendrando en 
las profundidades de los pueblos más pobres del planeta. El fenomenal 
aumento del precio los alimentos (58% el maíz, 62% el trigo en un año) 
se está convirtiendo en la espoleta que dinamiza los estallidos, pero el 
combustible lo aporta la brutal especulación financiera que se está 
focalizando, nuevamente, en las materias primas. Algunos precios ya 
superaron los picos de 2008, aunque el Banco Mundial y el FMI se 
muestran incapaces de frenar la especulación con los alimentos, con la vida.

Dos hechos llaman la atención en la revuelta árabe: la velocidad con que 
las revueltas de hambre se convirtieron en revueltas políticas y el 
temor de las elites dominantes que no atinaron, durante décadas, a otra 
cosa que no fuera resolver problemas políticos y sociales con seguridad 
interna y represión. La primera habla de una nueva politización de los 
pobres del Medio Oriente. La segunda, de las dificultades de los de 
arriba para convivir con esa politización. El sistema está mostrando 
sobradamente que puede convivir con cualquier autoridad estatal, aún la 
más “radical” o “antisistema”, pero no puede tolerar la gente en la 
calle, la revuelta, la rebelión permanente. Digamos que la gente en la 
calle es el palo en la rueda de la acumulación de capital, por eso una 
de las primeras “medidas” que tomaron los militares luego de que Mubarak 
se retirara a descansar, fue exigir a la población que abandonara la 
calle y retornara al trabajo.

Si los de arriba no pueden convivir con la calle y las plazas ocupadas, 
los de abajo -que hemos aprendido a derribar faraones- no aprendimos aún 
cómo trabar los flujos, los movimientos del capital. Algo mucho más 
complejo que bloquear tanques o dispersar policías antimotines, porque a 
diferencia de los aparatos estatales el capital fluye 
desterritorializado, siendo imposible darle caza. Más aún: nos 
atraviesa, modela nuestros cuerpos y comportamientos, se mete en nuestra 
vida cotidiana y, como señaló Foucault, comparte nuestras camas y 
sueños. Aunque existe un afuera del Estado y sus instituciones, es 
difícil imaginar un afuera del capital. Para combatirlo no son 
suficientes ni las barricadas ni las revueltas.

Pese a estas limitaciones, las revueltas del hambre devenidas en 
revueltas antidictatoriales son cargas de profundidad en los equilibrios 
más importantes del sistema-mundo, que no podrá atravesar indemne la 
desestabilización que se vive en Medio Oriente. La prensa de izquierda 
israelí acertó al señalar que lo que menos necesita la región es algún 
tipo de estabilidad. En palabras de Gideon Levy, "estabilidad es que 
millones de árabes, entre ellos dos millones y medio de palestinos, 
vivan sin derechos o bajo regímenes criminales y terroríficas tiranías" 
(/Haaretz/, 10 de febrero de 2011).

Cuando millones de personas ganan las calles, todo es posible. Como 
suele suceder en los terremotos, primero caen las estructuras más 
pesadas y peor construidas, o sea los regímenes más vetustos y menos 
legítimos. Sin embargo, una vez pasado el temblor inicial, comienzan a 
hacerse visibles las grietas, los muros cuarteados y las vigas que, 
sobreexigidas, ya no pueden soportar las estructuras. A los grandes 
sacudones suceden cambios graduales pero de mayor profundidad. Algo de 
eso vivimos en Sudamérica entre el Caracazo venezolano de 1989 y la 
segunda Guerra del Gas de 2005 en Bolivia. Con los años, las fuerzas que 
apuntalaron el modelo neoliberal fueron forzadas a abandonar los 
gobiernos para instalarse una nueva relación de fuerzas en la región.

Estamos ingresando en un período de incertidumbre y creciente desorden. 
En Sudamérica existe una potencia emergente como Brasil que ha sido 
capaz de ir armando una arquitectura alternativa a la que comenzó a 
colapsar. La UNASUR es buen ejemplo de ello. En Medio Oriente todo 
indica que las cosas serán mucho más complejas, por la enorme 
polarización política y social, por la fuerte y feroz competencia 
interestatal y porque tanto Estados Unidos como Israel creen jugarse su 
futuro en sostener realidades que ya no es posible seguir apuntalando.

Medio Oriente conjuga algunas de las más brutales contradicciones del 
mundo actual. Primero, el empeño en sostener un unilateralismo 
trasnochado. Segundo, es la región donde más visible resulta la 
principal tendencia del mundo actual: la brutal concentración de poder y 
de riqueza. Nunca antes en la historia de la humanidad un solo país 
(Estados Unidos) gastó tanto en armas como el resto del mundo junto. Y 
es en Medio Oriente donde ese poder armado viene ejerciendo toda su 
potencia para apuntalar el sistema-mundo. Más: un pequeñísimo Estado de 
apenas siete millones de habitantes tiene el doble de armas nucleares 
que China, la segunda potencia mundial.

Es posible que la revuelta árabe abra una grieta en la descomunal 
concentración de poder que exhibe esa región desde el final de la 
Segunda Guerra Mundial. Sólo el tiempo dirá si se está cocinando un 
tsunami tan potente que ni el Pentágono será capaz de surfear sobre sus 
olas. No debemos olvidar, empero, que los tsunamis no hacen 
distinciones: arrastran derechas e izquierdas, justos y pecadores, 
rebeldes y conservadores. Es, no obstante, lo más parecido a una 
revolución: no deja nada en su lugar y provoca enormes sufrimientos 
antes de que las cosas vuelvan a algún tipo de normalidad que puede ser 
mejor o menos mala.
*
Raúl Zibechi, periodista uruguayo, es docente e investigador en la 
Multiversidad Franciscana de América Latina, y asesor de varios 
colectivos sociales.*

*Fuente: **http://alainet.org/active/44376*

rCR


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